12 noviembre 2011
07 noviembre 2011
NEGRO ABISINIO
Negro Abisinio
Nunca me fueron bien los negocios. Lo que me queda del último es esta breve historia que a continuación relato.
A una considerable distancia, el letrero se leía perfectamente: Bazar Negro Abisinio 24 HS. Se rotuló HS porque Horas sobrepasaba el espacio disponible. Lo de Negro Abisinio tiene su historia. Cuando éramos niños, mi hermano y yo solíamos ir a jugar a un callejón que estaba detrás de nuestra casa, y era habitual que Juanita la Sesó se plantara en el rellano de la entrada de su casa y nos gritara: “vayan a molestar a otra parte, negros abisinios”. Cuando, por medio de una vecina, mi madre se enteraba de lo que parecía ser un insulto, se enfadaba mucho. Yo no entendía por qué nos llamaban “negro abisinio” y tampoco entendía el consecuente enfado de mi madre. Cuando me hice mayor alcancé el entendimiento. Mi hermano y yo éramos muy morenos, y en verano pasábamos a ser casi negros. Lo de “abisinio” era un adjetivo sin significado alguno para mi madre y para Juanita la Sesó, su escasa cultura no le daba para tal largo viaje. Cuando llegó a mi casa un diccionario enciclopédico, consecuencia de las ganas de saber que siempre tuvo mi padre, me enteré de que Abisinia fue el antiguo nombre del país africano Etiopía.
El letrero era de fabricación artesanal, más exactamente, de fabricación casera; a simple vista quedaba claro que aquello no podía ser obra de un artesano.
En la puerta del establecimiento había un cartel que rezaba así: “cerramos al mediodía por descanso del personal”. El personal era yo, que no puedo concebir la vida, esta y la del más allá, sin el sueño reparador de la siesta.
Mis parientes son multitud y la gran mayoría de ellos permanecen vivos hasta que la naturaleza alcanza su límite. Sucedió que empezaron a producirse las muertes de una buena parte de ellos; y el cartel “cerrado por duelo” se hizo habitual en mi establecimiento. Al final, mi bazar en lugar de un “24 Horas” se quedó en un “de vez en cuando”; hasta que alcanzó su inevitable muerte.
Poco tiempo después se estableció en el mismo local una funeraria: “El Sueño Profundo”. En cuanto empezaba a caer la noche, salía del local hacia la calle un baile de luces que creaba un espacio único y angelical; por unos altavoces se lanzaban sonidos que parecía provenir del más allá, y una voz poderosa de timbre radiante anunciaba: “Hay féretros de todos los tamaños y colores que levante la mano quien quiera uno”.
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